Para Adela Cortina la ética es “un tipo de saber de los que pretende orientar la acción humana en un sentido racional; es decir pretende que obremos racionalmente [...]. La ética es esencialmente un saber para actuar de modo racional. [...] en el conjunto de la vida” (Cortina, 1994:18). Como todo saber, la ética es posible aprenderla y enseñarla. En este sentido, como elemento fundamental de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), la claridad y honestidad en el posicionamiento ético-político-pedagógico del docente es primordial para favorecer la construcción de una ciudadanía diferente. La ética entonces se conjuga en un saber y en un actuar, su sentido práctico diríamos, o mejor dicho, la expresión de la ciudadanía que aspiramos. Y esa conjugación se complementa con el uso de la razón, el sentido racional de la ética, fundamentado en criterios y argumentos que permitan al sujeto tomar decisiones pertinentes. Una ética en este sentido procuraría el bien común, toda vez que no debemos olvidar que la ética se construye en un ámbito de intersubjetividad, en la relación con los otros y contextualizado socialmente, bajo el supuesto de que los entornos son democráticos. La democracia aparece entonces como una condicionante para ello.
El contexto de desarrollo de la NEM y su proyecto curricular que le acompaña se moviliza, desde el discurso, en un ambiente político diferente: el de la transformación social. El tránsito en las diferentes formas sociales (economía, política, cultura, educación) se plantea a partir de diferentes estrategias y acciones. El campo educativo no es ajeno a ello. Los dispositivos de orden curricular nuevos proponen una ruptura en la estructura pedagógica y didáctica con relación a los enfoques anteriores. La formación de hombres y mujeres que pretende el proyecto político-educativo actual se piensa en dirección a una ciudadanía diferente en ambientes democráticos diferentes. Una democracia donde esté prevista la toma de decisiones colectivas y la participación sea lo más amplia posible. Y esa democracia es posible construirla desde el trabajo en las aulas, los docentes debemos despojarnos del “poder de la enseñanza” y colocarnos en la “horizontalidad del aprendizaje”, todos aprendemos de todos, diría Freire. Desarrollar prácticas pedagógicas que generen reflexión y participación de los alumnos en la definición del ¿qué enseñar? y no solamente del ¿cómo enseñar?
Las nuevas concepciones que se ponen en juego con la reforma curricular, derivadas de la narrativa pedagógica que le acompaña (inclusión, género, interculturalidad, pensamiento crítico, estética, lo ambiental, cultura) permiten reflexionar sobre la construcción de una sociedad diferente, donde el anclaje a las tradiciones se rompe para dar paso a nuevas formas de relación social, nuevas miradas sobre el mundo. La formación de una ciudadanía crítica y participativa tiene en una práctica pedagógica transformadora a uno de sus elementos esenciales, cuestión que debe acompañarse con la participación de la familia y la comunidad de una forma más estrecha. Es decir, la escuela hará lo que le corresponde, pero la encomienda no se termina ahí, tiene alcance para la participación familiar comunitaria, y más aún en la esfera global que trasciende a lo local. Esta idea, surge de la necesidad de conceptualizar a la ciudadanía más allá de lo tradicional y considerarla en relación donde los ciudadanos realizan su vida. Por ello se piensa en una ciudadanía global o cosmopolita, como espacio de participación transnacional y de democracia global. Como podemos advertir, ética, democracia y ciudadanía son cuestiones estrechamente ligadas. El plan y programas de estudios de la NEM, se articula a las ideas planteadas y reconoce la formación escolar como central en la construcción de una ciudadanía ética y democrática. Emilio Tenti nos refiere al respecto: “En primer lugar, la formación de ciudadanos supone para el sistema educativo la responsabilidad de formar sujetos que dispongan de las habilidades suficientes y las disposiciones adecuadas para participar de modo eficaz en la formación y en las decisiones de gobierno. Esto supone: I) instruir a los ciudadanos, de modo adecuado y veraz, en el conocimiento de las características fundamentales y la historia de la comunidad política a la que pertenecen, II) estimular el conocimiento y la aprehensión crítica del conjunto de protecciones y obligaciones legales que les corresponden en tanto miembros de esa comunidad política, III) cultivar las habilidades necesarias para participar de modo responsable en la formación e implementación de decisiones colectivas, y IV) fortalecer el sentido de ese afecto entre extraños, que Aristóteles llamó amistad ciudadana, y que resulta indispensable para el mantenimiento de cualquier comunidad política saludable.” (Tenti, 1999).