Política

El imperio contraataca

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  • César Romero

Si aceptamos aquello de que "infancia es destino", entonces ¿qué es la historia? ¿Prologo acaso? ¿Condena quizás?

Supongamos por un momento que Carlos Marx tenía razón en aquello de que "la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”.

Si algo quiere representar el actual escenario Americano es aquel momento imperial, en el paso del siglo XIX al XX, cuando, con Teddy Roosevelt en la Casa Blanca encabezó un belicoso proyecto expansionista que, forjado en torno a una idea seudo religiosa --el destino manifiesto--, intentó darle dimensión mundial a la supuesta superioridad racial blanca y un modelo económico basado en la codicia y la explotación.

Esto es, Estados Unidos como la nación elegida por un dios cristiano, de raza blanca que, primero en nombre de la democracia y la libertad, y ahora simplemente por codicia, está destinado a dominar el mundo.

En ese contexto, Mr. Trump es apenas un pálido remedo de Theodore Roosevelt, un junior de la más rancia élite del noreste, quien ocupó la presidencia número 26 presidente de Estados Unidos (1901-1909), luego de construirse una colorida narrativa de sí mismo como explorador, aventurero, guerrero y, en suma, una versión en esteroides, del mito original del nacimiento de la nación elegida por dios a partir de su supuesta superioridad moral y racial, así como su virilidad y poder económico.

Por supuesto que estamos hablando de aquel periodo entre la expansión territorial que entre mediados del siglo XIX y el final de la Segunda Guerra Mundial incluyó la invasión militar a México y el despojo de la mitad de su territorio, la compra de la costa sur atlántica, Alaska, y otras regiones en el Pacífico, así como el arrebato al imperio español de Filipinas, Cuba y la apropiación más o menos descarada miles de islas alrededor del mundo para poder garantizar el abasto de guano (excremento de aves) que alguna vez fue el más importante fertilizante en el planeta. Ello, sin contar sus múltiples bases militares y el abrumador aparato de guerra que mantiene hasta la actualidad.

Ahora, en la versión farsa de la que habla el economista alemán en su texto El 18 de brumario de Luis Bonaparte, tenemos el asunto del resort en la franja de Gaza, la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá, la "recuperación del Canal de Panamá", más lo que se le ocurra la próxima semana.

Vamos de vuelta a la primera versión de la historia. En su texto "How to Hide an Empire", publicado en 2019, el académico Daniel Imerwahr documenta cómo desde la segunda mitad del XIX, luego de las brutales purgas de los indios americanos en amplísimas regiones del Estados Unidos continental y la persecución de los inmigrantes chinos --los mismos que construyeron la gran red ferroviaria del país, los promotores del imperialismo yanqui se lanzaron a conquistar el resto del mundo. Primero mediante anexiones territoriales, luego por medio de la "globalización" del comercio internacional.

Aunque en el fondo aquí cabría aquello de que "no hay nada nuevo bajo el sol", pues el nacimiento del imperialismo americano bien podría ser una versión renovada de La Conquista de cuatro siglos antes cuando, con la cruz en una mano y la espada en la otra, España se apoderó de lo que hoy conocemos como América Latina.

Aunque en el siguiente capitulo Estados Unidos desmontó el imperio ibérico, cuidándose de quedarse con las riquezas de los países conquistados, pero sin asumir la responsabilidad de incorporar a las poblaciones de esos lugares, sobre todo si se trataba de gente de un color de piel más obscuro. Así sucedió en amplias regiones de El Caribe y en la sistemática destrucción del tejido social en Filipinas, entonces la única república en Asia.

A grandes rasgos, lo que tenemos es la utilización del evangelio como ideología. Esto es, una versión de un cristianismo con una enorme carga supremacista blanca e, incluso, racista como eje de una agenda para la promoción de la voracidad del capitalismo salvaje (¿hay otro?) y que no tiene objeción mayor para utilizar la fuerza bruta como argumento supremo. Todo con un solo objetivo: mantener su crecimiento imperial.

Sin embargo, los datos duros dicen otra cosa: Estados Unidos ya no es un país abrumadoramente de "raza blanca", la influencia del pensamiento religiosa es la menor en mucho tiempo y los niveles de inequidad económica presagian colapso. Y para colmo, los propios "mercados" (eufemismo para referirse a los mega-capitales financieros) comienzan a consolidarse como el verdadero gran muro con el que se topará Mr. Trump. Al tiempo.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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