Lo vemos en la moda, las políticas empresariales, las boletas electorales, las relaciones de pareja o las redes sociales: la ola progresista a nivel global —la norma moral durante décadas— cada vez va cediendo más terreno y, como señala el reportaje “The Cruel Kids' Table” de la revista New York, “el conservadurismo como fuerza cultural, y no sólo como condición política, está de regreso como una realidad por primera vez desde los años ochenta”.
No se trata solamente del auge político de la extrema derecha, encarnada en la región por presidentes como Donald Trump (Estados Unidos), Javier Milei (Argentina) o Nayib Bukele (El Salvador). O del crecimiento y arraigo de los partidos de derecha en la política europea —la elección del 28 de febrero en Alemania pinta muy alentadora para la derecha y extrema derecha, por ejemplo—, sino de un giro completo a nivel global.
Las empresas, sobre todo las tecnológicas, han virado paulatinamente sus políticas sobre temas de inclusión hacia minorías, siguiendo el ejemplo del gobierno estadunidense. Tecnomillonarios como Mark Zuckerberg (Meta) o Elon Musk (Tesla, X y la mano derecha de Trump) insisten en la necesidad del regreso de la “energía masculina” al mundo e impulsan una red de comunicadores y empresarios conocida como la “manosfera”, cuyo objetivo es regresar a esos valores arcaicos.
Según el análisis “¿Son realmente tan liberales y progresistas? Cómo la complejidad de la Generación Z desafía la comprensión del mercado” de la consultora Ipsos, son los hombres jóvenes quienes más están virando hacia lo conservador.
En las redes sociales es fácil ver este cambio. Hay un crecimiento exponencial de fans de creadores de contenido como El Temach o Diego Dreyfus —ejemplos en México—, quienes postulan que las mujeres deben ser sumisas, los hombres deben “recuperar su masculinidad” y están en contra del feminismo.
En el libro Of Boys and Men, el periodista e historiador británico Richard Reeves señala que estos cambios pueden deberse a que hoy los jóvenes buscan un propósito y encontrar sentido en un mundo lleno de conexiones sociales débiles, falta de ambición profesional, un sentimiento generalizado de soledad e incertidumbre sobre el futuro. Ante la falta de respuestas, buscan soluciones en modelos conservadores de un pasado que no vivieron.
Pero los hombres no son los únicos. Cada vez hay más creadoras de contenido e influencers en la esfera tradwife (esposa tradicional) —como la española Roro Bueno o la estadounidense Hannah Neeleman— que hablan sobre mantener los valores del siglo pasado. En México también se hacen llamar “mujeres de alto valor” y postean su deseo de tener una “familia tradicional panista”: hacerse cargo de los hijos y la casa, ir a la iglesia y el gym, no trabajar y tener un esposo que las mantenga. También dicen que el feminismo no las representa.
Las tendencias de moda que siguen algunas también lo muestran: clean girl, coquette o coastal granddaughter reviven estéticas del pasado y buscan mostrar “sofisticación” y feminidad. El estilo “old money”, que también usan los hombres, está relacionado con mostrar un alto poder adquisitivo y una vuelta al pasado.
Si entendemos este giro no como una tendencia pasajera, sino un cambio de mentalidad de una generación, será más fácil combatirlo. Porque sabemos que ese pasado antiderechos al que ven con nostalgia y al que buscan regresar, aunque no lo hayan vivido y sufrido, no es la solución a ningún problema.