Política

Esto apenas comienza; viene lo peor…

La cadena informativa CNN entrevistó hace unos días a una pequeña empresaria, afincada en una de las 50 entidades federativas de la Unión Americana (en espera de que Trump ponga de rodillas a los canadienses –a punta de castigos económicos o, de plano, invadiendo militarmente el territorio—para que no tengan otro remedio que volverse el quincuagésimo primer estado, con todo y su estrella en la enseña nacional estadounidense) que, como tantos otros patrones, subcontrata en China la fabricación de sus productos. Artículos para bebés, en este caso.

Pues, el último encargo que hizo la mujer a los maquiladores de la gran nación asiática se encuentra inmovilizado al otro lado del océano porque de la noche a la mañana tiene ella que pagar un descomunal sobreprecio por la mercancía de siempre. En un primer momento fue de un 20 por cien, luego se añadieron 34 puntos a la tarifa impuesta, luego otros más y al final, tras la alocada y caótica ofensiva del primer bully del planeta para destrozar el comercio mundial, una descomunal tasa de 145 puntos porcentuales, aplicable a todos los productos en proveniencia del antiguo imperio de la dinastía Qing.

El tema es que esta persona simplemente no tiene el dinero para solventar los derechos aduanales cuando sus artículos lleguen a buen puerto. De tal manera, ha detenido el embarque y, por ahora, seguirá vendiéndoles a sus clientes las existencias que tiene en bodega. Pero en algún momento, más pronto que tarde, se quedará sin mercancías. O sea, no podrá ya tener ingresos para pagar los salarios de sus cinco empleados ni para seguir operando su modesto establecimiento, por no hablar de mantener a sus hijos, de abonar la mensualidad de su hipoteca o de poder sufragar meramente la compra semanal en el supermercado.

La ruina de una emprendedora, señoras y señores, ciudadana de los mismísimos Estados Unidos, cuyo pecado original no fue otro que mandar fabricar en el exterior sus productos, de la misma manera como las grandes corporaciones automovilísticas han distribuido en diferentes países la manufactura de las piezas que serán ensambladas finalmente en sus plantas.

Justamente, así funcionaban los mercados, porque la gran potencia hegemónica instauró, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, un orden económico sustentado en el libre comercio, en el intercambio global de productos y en la competencia abierta entre las naciones. Un modelo que recompensaba a los más competitivos y que, precisamente por ello, les abría las puertas a todos, más allá de los apetitos de los poderosos y de las prácticas abusivas de muchos otros.

El daño está hecho, pero la factura, al igual que esa empresaria que está recurriendo a las reservas que guarda en el almacén, no la hemos comenzado a pagar todavía. Cuando se acabe ese crédito temporal nos caerá encima el mazazo propinado por Trump. Sí, falta lo peor…


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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