Leí en la prensa que por tercera ocasión salió a subasta la casa de Vicente Aleixandre en Madrid. Está cotizada en cuatro y medio millones de euros; lo cual significa que hoy Aleixandre no podría comprar su propia casa. En caso de que se venda, los herederos recibirán más dinero que por el Nobel y las regalías de las obras completas del poeta.
En el edificio donde vivió Amado Nervo, en la calle de Bailén 15, los departamentos se cotizan en torno al millón de euros; mientras que en el edificio de Serrano 58, habitado en algún entonces por Alfonso Reyes, los departamentos frisan los dos millones. En las biografías de Reyes pueden leerse sus penurias económicas y el hecho de que tuviera que trabajar. Supongo que diría lo mismo mi biógrafo y el de cualquier otro escritor.
Suelo ir a una taberna que ostenta en la fachada una placa que dice: “En este lugar dijo vivir Miguel de Cervantes cuando recibió carta del mismísimo Apolo adjunta al Viaje del Parnaso”. Se refiere a este pasaje de la obra de Cervantes: “Aquí llegábamos con nuestra plática, cuando Pancracio puso la mano en el seno y sacó dél una carta con su cubierta, y, besándola, me la puso en la mano. Leí el sobrescrito y vi que decía desta manera: A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, EN LA CALLE DE LAS HUERTAS, FRONTERO DE LAS CASAS DONDE SOLÍA VIVIR EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS, EN MADRID. AL PORTE, MEDIO REAL, DIGO, DIECISIETE MARAVEDÍS.”
En este bar tienen excelentes callos y rabo de toro. También tienen un letrero que advierte: “Se prohíbe cantar”. Ahí pedí una vez tequila. “No tenemos”. Les señalé una botella en la estantería. “Ha estado ahí más de cuarenta años”, me dijeron. “Pues hora de comenzar a beberla”. Fui objeto de curiosidad cuando me sirvieron y bebí. En mi siguiente visita se maravillaron de que no hubiera muerto. Fui bebiendo la botella poco a poco en cada visita y nunca me cobraron ese trago. Supe que había sido regalo de un médico de Madrid que trabajó en México con el Atlético Español.
El edificio actual de la taberna es de 1900, así que no queda ahí mucho de Cervantes, salvo las coordenadas.
El único edificio que he visitado en Madrid por mero fetichismo es el de Avenida de América 31, donde vivió Juan Carlos Onetti. Un fetichismo malogrado porque uno apenas puede pararse en el portón de ese edificio sin encanto; y no sé distinguir su balcón o ventana del octavo piso. El edificio vecino se llama Torres Blancas y es una de las monstruosidades del siglo veinte. A Onetti lo incineraron en el cementerio de la Almudena. No sé dónde están esas cenizas.
Nada se ha inflado tanto como los bienes raíces en el tiempo en que las letras se han desinflado. Al final de su vida, no sé cuál sea el escritor que pueda comprar el sitio donde vive.
AQ