Algo bueno está haciendo Clara Brugada con las fotomultas que por fin se siente un cambio en la irresponsable velocidad a la que muchos automovilistas manejaban en la capital del país.
Vamos a decirnos la verdad: antes teníamos las fotocívicas y mucho antes tuvimos otro tipo de sanciones pero con todo y las historias de “terror” de tantísimas personas que tuvieron que hacer labor social, que tuvieron que tomar cursos o que tuvieron que pagar sus multas, todo seguía igual.
Muchas conductoras y muchos conductores hacían lo que querían, aceleraban a la menor provocación, rebasaban a lo loco, jugaban carreras y el resultado era una auténtica desgracia de accidentes y de inseguridad.
Ahora, con las fotomultas, como que ese sector de la población entendió que esto va en serio, que no es negociable, que se aplica con un rigor igual o superior al del alcoholímetro.
Y las imágenes no mienten. Y las multas son caras. Y si no se pagan, no se verifica. Y si no se liquidan, no hay manera de hacer otros trámites.
¡Gracias! ¡Hasta que por fin se pudo hacer algo por este conflicto que ponía en riesgo a los demás!
Lo digo así porque, en los esquemas de antes, en los esquemas neoliberales, tener un coche era algo así como la cúspide de la individualidad.
La lectura era más o menos la misma que la de “el que paga, manda”. Usted pagaba por un carro, usted “mandaba”. Ojo: usted sentía que podía mandar hasta por encima de la ley.
Y sentía que podía conducir en estado de ebriedad. Y sentía que podía pasarse los semáforos. Y sentía que podía pisar el acelerador todo lo que se le diera la gana. Y se sentía poderosa. Y se sentía poderoso.
¡No! Manejar un automóvil no es un acto de superioridad. Es una responsabilidad.
Cuando una, cuando uno, toma el volante, antes que pensar en su egoísta satisfacción, debe pensar en los demás.
No se asuste. No le estoy pidiendo que transporte a otras, a otros. Le estoy recordando que aunque usted pague, que aunque usted sea quien conduzca, usted tiene un compromiso social.
Debe respetar a los peatones, a los ciclistas, a los motociclistas, al transporte público y a los otros automovilistas. Debe respetar los límites de velocidad. Las fotomultas son el recordatorio perfecto de esto.
Si no le gusta, no maneje, pero no suponga cosas que no son. Lo mismo pasa con la licencia permanente.
No porque haya regresado esta idea, que miles de personas conocimos cuando Andrés Manuel López Obrador fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, nos están dando permiso para manejar como se nos antoje.
Nos están recordando nuestro compromiso social. Nos están dando una responsabilidad.
Yo, lo que más amo de las fotomultas, es que me tratan como adulto, como alguien que sabe lo que hace y que asume las responsabilidades de sus actos.
No más escenas ridículas de automovilistas luchando por negociar con las y los agentes de tránsito. No más “ladies” y “lords” faltándole al respeto a las servidoras y a los servidores públicos.
No más corrupción. Es ganar, ganar. Hasta ganamos en términos ecológicos porque se desincentiva el uso del automóvil.
Me encanta. Me encanta ir y mirar a las conductoras y a los conductores buscando los letreros con los límites de velocidad para no pasarse, para que no las vayan, para que no los vayan, a “fotomultar”.
Sí, a mucha gente no le parece. A mucha gente que quiere seguir haciendo su “santa” voluntad, a mucha gente que no organiza con tiempo sus traslados, a mucha gente a la que se le hacía fácil violar la ley.
Lo siento: todo derecho conlleva una responsabilidad y el derecho que ejercemos cuando nos transportamos en nuestros propios vehículos, sobre todo ahora que podemos volver a gozar hasta de licencias permanentes, implica que lo debemos hacer bien, pensando en los otros, respetando las reglas. ¿A poco no? ¡Felicidades!