
Estados Unidos ha pausado por 90 días los aranceles recientemente anunciados para la mayoría de los países, apenas horas después de que entraran en vigor y desataran una volatilidad comparable con los mayores shocks de mercado de las últimas décadas.
El presidente Donald Trump suspendió los aranceles “recíprocos” adicionales para todos los países excepto China, que ahora enfrenta gravámenes de al menos 145 por ciento. El impuesto universal de 10 por ciento se mantiene. Las tensiones comerciales con China siguen escalando y persiste una incertidumbre significativa.
Sin embargo, esta pausa sugiere que la administración estadunidense está tomando en cuenta los riesgos financieros y el costo económico, así como la disposición de los países a negociar, moderando así su postura más extrema durante las conversaciones.
Este es un cambio relevante, sobre todo porque reduce el riesgo de un accidente financiero en el corto plazo. Aun así, debemos prepararnos para negociaciones impredecibles, y lo más probable es que Estados Unidos termine con aranceles mucho más altos de lo que se anticipaba hace unas semanas. Varias fuentes de mercado estiman que la tasa arancelaria efectiva promedio ronde ahora 20 por ciento, incluso con esta pausa.
Es posible identificar tres tipos principales de aranceles estadunidenses: primero, gravámenes sobre sectores estratégicos para promover la relocalización productiva —hasta ahora, tasas de 25 por ciento sobre autos y autopartes, acero y aluminio, con sectores como la madera, semiconductores, farmacéuticos y cobre como probables próximos objetivos.
Segundo, un impuesto universal de 10 por ciento sobre la mayoría de las importaciones, con el fin de generar ingresos fiscales y apoyar la producción interna. Tercero, aranceles específicos por país a cerca de 60 naciones con superávit comercial con Estados Unidos, destinados a aumentar el poder de negociación para corregir desequilibrios.
Estos aranceles contribuyen a la inflación, y la incertidumbre prolongada incrementa el riesgo de recesión. La incertidumbre política puede frenar la inversión de capital de las empresas y demorar compromisos de largo plazo.
El consumo también puede verse afectado si se deteriora la riqueza de los hogares o los ingresos reales. Además, la pérdida de confianza de inversionistas extranjeros en Estados Unidos puede enfriar su interés por activos estadunidenses. En el caso de China, prevemos que los aranceles afectarán su crecimiento, y que cualquier estímulo fiscal o monetario solo compensará de manera parcial ese impacto.
Como resultado, los inversionistas están cautamente aumentando la exposición al riesgo, aumentando la inversión en acciones, incluyendo las bolsas estadunidense y japonesa. Aun así, es muy seguro que continuaremos en un entorno de alta volatilidad y posibles retrocesos bruscos. La selectividad entre sectores y valores será clave por lo que se sugiere cautela frente a estrategias que no hacen diferenciaciones.
Destacan las oportunidades en tecnología en Estados Unidos y en bancos globales —sobre todo europeos— castigados por la venta masiva generalizada de estos últimos días.
Por otro lado, los bonos del Tesoro a largo plazo en Estados Unidos no han logrado actuar como contrapeso en esta caída bursátil, en un contexto de déficits fiscales persistentes e inflación resistente. Favorecemos el oro como diversificador dentro del portafolio.