Las palabras cuentan. "Campos de exterminio" es una expresión demoledora. Sobre todo, cuando se acompaña de una serie de imágenes de "restos humanos" en su versión más simple: un montón de pares de zapatos cubiertos de polvo y muchos pantalones, camisetas y demás prendas de vestir.
La imaginación colectiva y el contexto nacional construyen el resto de un relato creíble en un país en que la "desaparición de personas" es un fenómeno cotidiano que se contabiliza en cifras absurdas para un mundo tan hiperconectado como el actual.
El rancho Izaguirre, localizado en el municipio de Teuchitlán, Jalisco ha entrado a la galería del terror de un país teñido de rojo desde, bueno --hay que decirlo-- desde siempre.
Si la esencia de Ayotzinapa es la expresión "Fue el Estado", qué decir de uno de los múltiples centros de entrenamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación, ¿Fue El poder? ¿Fue la negligencia y/o complicidad de las autoridades locales? ¿Fue la infame retórica de los "abrazos y no balazos"? ¿Es/será el perverso juego burocrático de enredar y politizar las investigaciones? Esas investigaciones que llegarán "hasta las últimas consecuencias", ese mítico sitio que ya todos sabemos dónde se localiza.
Vivimos en un país rojo (referencia no casual para mencionar "El libro Rojo. Continuación, una formidable recopilación de casos de nota roja publicada en 20XX por el Fondo de Cultura Económica). Un país en que los crímenes más atroces suelen ocurrir ante la indiferencia o complicidad de El Estado en algunas de sus múltiples expresiones.
En México llevamos la cuenta de nuestros presidentes con tinta roja. De mi tiempo y a bote pronto: López Obrador por sus 200 mil muertos; Peña Nieto por Ayotzinapa; Calderón por su "guerra" contra el narco; Zedillo por Acteal y Aguas Blancas, Salinas por Colosio, por su ex cuñado José Francisco Ruíz Massieu, por el cardenal Posadas y una multitud de perredistas; De la Madrid por su opacidad en aquel 19 de septiembre de 1985; Echeverría por el Halconazo; Díaz Ordaz por el 2 de octubre.
De antes, están, por supuesto, La Sombra del Caudillo, aquel relato literario de Martín Luis Guzmán sobre el asesinato del general Francisco Serrano en Huitzilac ordenado por el presidente Calles. Y, claro, los asesinatos de Madero, Zapata, Villa, Carranza y hasta Obregón. Por no hablar de La Revolución Mexicana y su costo de un millón de vidas humanas en un país de 15 millones de habitantes.
En El Hombre Rebelde, Albert Camus, comienza: "Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. El Código Penal los distingue, asaz cómodamente, por la premeditación".
Y en un remate perfecto de un primer párrafo escrito en 1951, con la sangre de los millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial aún fresca, asegura: "Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto".
"Campo de exterminio", como concepto, como slogan, es demoledor. Tanto o más que aquel "Fue el Estado" convertido en consigna y alimentado constantemente por quienes hoy detentan el poder en nuestro país. Allá en "La Chingada" el rancho tabasqueño o en Palacio Nacional.
No dudo que Claudia Sheinbaum puede ser más inteligente que Enrique Peña y su equipo de nuevos ricos (¿quién no?). Probablemente sabrá manejar con más empatía y profesionalismo la caja de Pandora que la noticia del rancho Izaguirre, como campo de entrenamiento de soldados del narco, destapó.
El punto medular no es si encuentran huesos humanos, o no; evidencias de torturas, o no. Por supuesto que se tendrá que encontrar "la verdad". Recuerdo perfectamente aquellas "mass graves" que, según las primeras planas del New York Times, Los Angeles Times, The Washington Post y muchos otros medios, habían sido descubiertas por el FBI en la frontera entre Chihuahua y Texas y que luego resultaron en huesos de algunos animales.
Pero más allá del tema concreto, se trata de congruencia ideológica: no veo manera en que desde una posición "de izquierda" se pueda evadir el tema de la "desaparición de personas", una especie de eufemismo legaloide para referirse a la pesadilla a la que están condenadas decenas de miles --¿millones?-- de madres, padres, hermanas que perdieron a sus familiares a manos de sicarios, narcos, policías o algún otro agente del Estado o grupo de poder.
Violencia siempre ha habido y siempre habrá. Desde Caín a la más reciente masacre perpetrada en Estados Unidos por algún mucho idiota contra un grupo de víctimas inocentes dentro de una escuela, iglesia o albergue de inmigrantes. Desde la razón de Estado detrás de la complicidad de Trump con Putin en Ucrania o el dueto Trump-Netanyahu en otro barrio pobre de Gaza.
En el caso de las desapariciones, como sucedió con Ayotzinapa, no se trata de culpar a la Presidencia de la República. No es su culpa, pero sí es su responsabilidad. Por la atención al tema de la seguridad es como será medida, no por las becas que alcance a repartir.