Fernando Iwasaki, el narrador y ensayista peruano radicado en Sevilla, autor de libros como Neguijón y España aparta de mí estos premios, publicó recientemente en la Colección Biblioteca de la Universidad Veracruzana Arte de introducir (2024), un conjunto de textos escritos para ser leídos en la presentación de un conferenciante o de un libro; son textos breves, amenos, que sin duda se hubiesen perdido en la fugacidad del momento, pero que, sin embargo, permanecen porque Iwasaki decidió reunirlos en este volumen que suma tres ediciones desde 2011, cada una con nuevas “introducciones”, que ahora son ocho, “donde el futbol, la música y la mística entran en el índice junto a Karina Sainz Borgo, Héctor Abad Faciolince y Alfredo Bryce Echenique”, según escribe el propio autor.
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La variedad de personajes que deambulan por estas páginas pone en evidencia el río revuelto de los gustos y placeres de Iwasaki, para quien “el arte de la introducción consiente la promiscuidad” y él navega con entusiasmo por esas aguas donde tantas cosas se mezclan sin remedio, tomándose siempre en serio su labor como presentador, “porque —dice— lo considero una suerte de privilegio y así he procurado que mis presentaciones siempre tuvieran literatura, conocimiento y —por qué no— también algo personal. Como cualquier introducción”.
El libro se divide en tres secciones: “Maestros”, “Contemporáneos” y “Cómplices”, comienza con Ernesto Sabato (1911-2011) en Sevilla, en abril de 2002, a quien le dice: “Hace muchos años, cuando recién comenzaba mis estudios en la Universidad Católica de Lima, un amigo me dijo: ‘Si quieres que se enamoren de ti, nunca regales un libro de Sabato. Pero si quieres que nunca te dejen de querer —prosiguió mi amigo— regala siempre un libro de Sabato’. Yo he seguido aquel consejo, y por eso quiero terminar confesándole cómo de alguna manera le debo a Usted mi felicidad”.
El libro cierra con Iwasaki diciéndole a Joan Manuel Serrat, en Madrid, en octubre de 2004, “[que] sin el hechizo de sus canciones jamás habría enamorado a la mujer que amo, que mis hijas han crecido en la felicidad entrañable de su música y que mi Andrés [de nueve años] piensa que Usted es como el árbol talado que retoña”.

En la nómina de estas introducciones se encuentran: Wole Soyinka, Jorge Edwards, Fernando Savater, Rosa Montero, Javier Marías, Almudena Grandes, Juan Manuel de Prada, Daniel Mordzinski, Luis Eduardo Aute, Miguel Poveda, Jorge Volpi, Ignacio Padilla… Son ensayos en los cuales, como advierte Iwasaki, el conocimiento, la amistad y lo personal están siempre presentes. Quizá uno de los textos más emotivos del libro es el titulado “En esa ciudad ya no vivimos”, que es un verso del poeta Eugenio Montejo (1938-2008), escrito para la presentación de la novela La hija de la española, de Karina Sainz Borgo, parte del exilio venezolano en España provocado por el gobierno de Nicolás Maduro. Antes de entrar en materia, Iwasaki recuerda a su amigo Gerardo, un gran historiador atrapado en el infierno de Caracas, sin empleo, sin medicamentos para su diabetes cada vez más avanzada: “El drama de mi amigo Gerardo no es ficción ni es parte de una novela —dice el autor de Ajuar funerario—. Es una tragedia que conocen muy bien los venezolanos que no reciben diálisis o que no pueden adquirir antialérgicos o inhaladores contra el asma porque ya nada de eso existe en los hospitales ni en las farmacias. Recrearse en la escasez de papel higiénico es banalizar la dimensión de la tragedia de un país donde la población padece la desaparición progresiva de alimentos básicos”.
La hija de la española también, aunque de otra manera y con protagonistas femeninas, aborda la dramática situación de un país en otros tiempos próspero y democrático.
AQ